Lídia emite pasión por cada poro de su piel cuando habla de su trabajo como intérprete de lengua de signos y de un proyecto muy especial que está desarrollando: adaptando los juegos de los Room Escape para personas sordas.
Cuéntame, ¿de dónde surgió tu interés por la lengua de signos?
La historia es totalmente rocambolesca. Desde que tuve uso de razón, siempre decía “yo quiero ser profesora de matemáticas”. Mis padres eran profesores y el instituto era mi segunda casa…
Un día mientras entrenaba a niños a jugar al korfbal, un deporte de balón que se juega con equipos mixtos, veía que los niños más mayores me entendían. Pero cuando daba instrucciones a los de cinco años, como por ejemplo “dobla el codo”, hacían cualquier cosa menos doblar el codo. No tenían esa percepción de su cuerpo. Y yo pensaba “ostras, y eso que me están escuchando. Si llegan a ser sordos…”
Y a raíz de esa reflexión fruto de la desesperación pensé: “y las personas sordas ¿cómo funcionan?” Yo no había visto un sordo en mi vida. No me había fijado nunca en las necesidades que pudiesen tener. Estuve indagando y encontré la lengua de signos. A la que pude, me apunté a un curso. Por curiosidad, por ver lo que era aquello.
La primera semana del curso lo pasé fatal porque ¡soy hipertímida! Pero luego me empezó a gustar. Al acabar el máster y mientras buscaba trabajo como profesora cursé el ciclo de interpretación. Ahí fue cuando pensé “¡guau! esto es lo mío”.
¿Qué haces en tu día a día?
Trabajo como intérprete (autónoma) para varias entidades y formo parte de #BinomILS, un proyecto compartido. Ofrecemos asesoramiento y diferentes servicios con el objetivo de fomentar la accesibilidad auditiva y facilitar la comunicación entre personas sordas y oyentes.
Cada día estoy con personas y en lugares diferentes. Excepto dos servicios ya agendados, no sé qué voy a hacer la semana que viene. Hago de intérprete en todas las circunstancias que te puedas imaginar: en consultas médicas, en despachos de abogados, en juicios, en entierros y bodas, en recitales de poesía, en la universidad, en reuniones de padres en escuelas, con Mossos, etc. De repente, puedo recibir una llamada un domingo a la noche pidiéndome que vaya a unos Mossos en no sé dónde. Y aunque no haya cenado, para allá que voy. Servicios como estos son de “ahora para ahora”.
¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
El ir superando retos, que son constantes, cada día, en cada momento. A veces hay tres personas hablando a la vez, y tienes que pensar ¿a quién priorizo? Eso es un reto y a mí eso me fascina. Lo puedes hacer mejor o peor, pero lo superas.
Como intérprete paso de un código a otro constantemente, somos un puente de comunicación. Tienes que ser muy ágil y conocer bien los dos idiomas, las culturas lingüísticas, y el nivel lingüístico de la persona sorda. Toma como ejemplo el refrán “está lloviendo a cántaros”, si lo interpreto literalmente, la persona sorda no me va a entender.
Toda la creatividad que no he tenido en mi vida me está saliendo ahora y es un trabajo que me obliga a estar muy presente en el aquí y en el ahora. Si me despisto un poco puedo perder lo que ha dicho un ponente en una conferencia, por ejemplo.
¿Y lo más difícil qué es?
Cuando la situación en sí es muy dura. Por ejemplo, tener que interpretar un diagnóstico de cáncer. Sabes la teoría, que hay que poner distancia, que eres intérprete no amigo, pero a veces es difícil. En el fondo vives la situación, tu estás en medio. Y cuando es algo bonito, como la ecografía de un bebé, es diferente. Eres alguien más compartiendo esa felicidad. Pero cuando la situación es mala, para mí es lo peor.
¿Cómo traduces una emoción?
Con expresión facial (o como puedas). Porque no es lo mismo decir buenos días contento que enfadado.
El otro día estuve en una situación muy grave donde había muchas personas implicadas y muchas emociones. Una montaña rusa. Pasaban de la rabia, al miedo, a la tristeza, y yo tenía que interpretar a todas las personas. Fue una hora y media donde empaticé con todas las emociones. Al salir estaba agotada.
Por lo que explicas, de alguna manera ¿es casi como que te metes en la vida de las personas?
En ese momento sí. En una consulta médica, por ejemplo, eres las manos del profesional (que generalmente siempre es oyente) y la voz de la persona sorda. Tú no habrías estado ahí si esa persona no fuera sorda. Y por eso tenemos muy marcado la confidencialidad en el código ético. Una vez que acaba el servicio, todo lo que ha pasado, ahí se queda. No puedes ir aireando la vida de nadie. Sea bueno o sea malo. Situaciones muy duras te las tienes que comer tú solo.
Ser una persona sorda en una sociedad de oyentes significa enfrentarse a desafíos cada día…
Si yo como persona oyente cierro los ojos, no veo. Pero no puedo cerrar los oídos. Estamos expuestos a oír cosas 24 horas al día. Sin buscarlo y sin darnos cuenta, accedemos a información a través de los oídos, aun cuando dormimos o vamos en metro enganchados al móvil. Una persona sorda va en el metro con el móvil, y es lo único que tiene. No accede a más información excepto lo que está mirando. Se lo pierde.
A un niño pequeño se le enseña a contar subiendo las escaleras: uno, dos, tres… A un niño sordo ¿qué? ¿le pones la mano delante y le haces el signo? Se va a dar de morros. O te mira la mano o sube las escaleras. Recuerdo cuando de pequeña iba en el coche aprendiendo las partes del cuerpo. Si tú vas conduciendo y el niño sordo va detrás, ¿qué haces? ¿te giras para que te lea los labios? ¿sueltas el volante para enseñarle las manos? No puedes…
Antiguamente no se hacía ninguna prueba y un niño podía pasar los primeros siete años de su vida sin ser diagnosticada su sordera. Se le decía que era “despistado” o “no me hace caso”.
En nuestra sociedad existía el prejuicio de que una persona sorda es tonta, porque como es sordo no habla, y como no habla no piensa, y como no piensa es tonta. Esa era la relación y muchos han vivido con la sensación de ser menos. Solo por ser sordos.
Ahora ya no es así, y los jóvenes dicen: “soy sordo, ¿y qué? No puedo oír, pero soy capaz de hacer el resto de cosas”. La actitud que tienen consigo mismo es diferente.
Dicho esto, todavía queda mucho por hacer. Hace poco me contaron de una persona que fue a urgencias y hasta que no se vació toda la sala de espera no se pusieron con él, a ver cómo lo hacían. La persona sorda decía: “si me llego a estar muriendo, me muero en la sala de espera”.
No tengo conocimiento de que haya intérpretes cubriendo urgencias médicas. Porque, claro, la pregunta es siempre la misma: ¿quién lo pagaría? En el fondo, el problema siempre está en el dinero.
Como no hay suficientes subvenciones, muchas veces se deniegan servicios básicos porque no se pueden asumir desde las entidades (asociaciones y/o federación de personas sordas). Las personas sordas, por ley, tienen derecho a tener intérprete para, por ejemplo, ir al médico o hacer una gestión en el ayuntamiento, y tienen que luchar para que se cumplan sus derechos.
Me imagino por lo que cuentas que este trabajo debe cambiar tu percepción del mundo…
Si. Este trabajo te cambia. A nivel personal yo antes era muy cerrada, pero cuando hago mi trabajo me transformo. Me lanzo mucho más.
También he pasado de entender la información a base de palabras a tener que imaginarlo todo. Me ha ayudado a tener esta percepción visual de todo, incluso de las matemáticas, que no se pueden tocar, pero yo ahora las veo.
Me ha abierto la mente a un mundo que antes desconocía y me ha dado que pensar. Cada día nos cruzamos con personas sordas, pero no lo sabemos. A una persona en silla de ruedas, con muletas, o con un bastón de ciego, la ves claramente. Pero a las personas sordas —el 8% de la población española— no la ves.
Además de tu trabajo como intérprete, tienes entre manos un proyecto para hacer los Room Escape (un juego que consiste en descifrar enigmas para conseguir salir de una habitación) accesibles a personas sordas. Cuéntame ¿cómo surgió la idea?
Hay muchas actividades de ocio y cultura a las que no tienen acceso las personas sordas. Por ejemplo, un cine que tenga subtítulos ¿cuántos hay? Normalmente son películas extranjeras, o independientes, pero ¿si quieren ver una película española? Casi ningún cine las tiene. ¿Ir al teatro? ¡uf! No hay opción, a menos que por iniciativa propia algún intérprete haya decidido interpretar esa obra ciertos días.
Hace dos años una amiga, también intérprete, y yo, empezamos a jugar a los Room Escape. Nos comunicábamos por walkie talkie con el game master, y nos preguntamos: “Y esto las personas sordas ¿cómo lo pueden hacer?” Entonces empezamos a pensar en cómo los Room Escapes podían ser accesibles para las personas sordas sin que los juegos perdieran su esencia. Después de pensarlo mucho, diseñamos varios formatos que vamos adaptando en función de las necesidades de cada Room Escape. A veces nos disfrazamos. Otras veces, si hay pruebas auditivas buscamos fórmulas para variar ese juego sin que las personas tengan que saltárselo, o nos metemos dentro de la sala,… Lo que, entre el Room Escape y #BinomILS, valoremos que puede ser más adecuado. En estos momentos, hay tres salas de Room Escape accesibles para personas sordas (dos más en camino) y hay tres juegos de Room Escape para grandes grupos que también son accesibles.
¿Y las personas que lo han probado, qué tal?
Ha tenido muy buena acogida. Están encantados. Tenemos contacto con alguna persona sorda y lo primero que nos dice es: “Qué bien me lo pasé, que chulo”. Y tenemos un grupito preguntando: ¿cuándo hay más? Así que parece que está gustando.
¿Hay algún consejo que puedas dar a otra mujer pensando en dedicarse a esta profesión?
Los mismos buenos consejos que me dieron a mí en los estudios: cuidado con las emociones. He tenido que aprender a gestionar mi frustración cuando, por ejemplo, me colocan en una conferencia detrás de los altavoces que están orientados hacia el público, el sonido está flojito y no oigo bien. O a veces ponen el ponente a un lado y a la intérprete al otro extremo del escenario, como decimos en el mundillo “para que quede bonito”. Pero las intérpretes no tenemos ni sonido porque los técnicos no han pensado en qué necesitamos para trabajar. Y si además, luego bajan las luces cuando ponen el video piensas… así las personas sordas ¡no me ven! Esto puede ser muy frustrante y tienes que aprender a gestionarlo.
Hablas de tu trabajo con mucha pasión…
Lo disfruto muchísimo, o ¡no haría las locuras que hago!, como trabajar casi doce horas sin parar. No me supone un sacrificio tener que trabajar. Evidentemente quiero cobrar, no es mi hobby, pero lo hago con ilusión.
Siempre decía que quería tener mucho dinero para seguir estudiando. Ahora me pagan por aprender algo nuevo cada día. ¿Qué más puedo pedir?
¡Muchas gracias Lídia por compartir tu historia! Y mucha suerte con tu proyecto.
Lidia participó en el programa INICIA de Barcelona Activa
Para más información sobre los Room Escape con accesibilidad auditiva, contactar con: info@binomils.com
Para más información sobre la lengua de signos: www.binomils.com
Deja una respuesta